Es difícil comprender cómo, en pleno siglo XXI, la comunidad sorda sigue enfrentando situaciones de exclusión, discriminación e incluso actitudes que rayan en el racismo. A menudo, las personas sordas deben luchar por el reconocimiento de su lengua y de su cultura, enfrentándose a entornos que no están preparados para valorar ni respetar su identidad lingüística y cultural.
Muchas veces, estas situaciones provienen de personas oyentes que desconocen o no comprenden la riqueza de la Lengua de Señas y el orgullo de pertenecer a la Cultura Sorda.
Sin embargo, también existen personas oyentes que, desde su infancia o por circunstancias de la vida, han crecido inmersas en la Cultura Sorda. Estas personas han aprendido la Lengua de Señas con respeto, han convivido, se han preparado profesional y emocionalmente, y han construido lazos genuinos con la comunidad. Algunos son familiares, otros han acompañado procesos educativos, sociales o comunitarios, y han desarrollado una identidad híbrida, profundamente conectada con la comunidad sorda.
Es preocupante y doloroso cuando, en ocasiones, la misma comunidad sorda excluye o rechaza a estas personas oyentes que han caminado a su lado. Se generan tensiones, críticas o actitudes hostiles que pueden dejar de lado el reconocimiento de las alianzas construidas con esfuerzo y empatía. No se trata de invalidar las experiencias de dolor de la comunidad sorda, sino de abrir caminos de diálogo que reconozcan la diversidad de trayectorias, el valor de la colaboración y la necesidad de construir puentes entre ambas comunidades.
La inclusión verdadera se construye desde el respeto mutuo, desde la memoria compartida y desde el compromiso con una sociedad donde la lengua de señas y la cultura sorda sean reconocidas, valoradas y protegidas por todas las personas, sordas y oyentes. Porque solo desde la empatía, el reconocimiento mutuo y la colaboración es posible avanzar hacia una convivencia más justa.
Asey
Comentarios